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Bienvenidos

¡Hola a todos!
Aquí os presento mi historia, que espero toméis como vuestra también.
18 años después de la Guerra Oscura, nuevas generaciones de Cazadores de Sombras luchan contra las fuerzas del mal para conservar la paz.
Nuevos personajes, nuevas aventuras, nuevas relaciones, todo en un nuevo ambiente, la ciudad de Madrid.
¡Atrévete a conocerlos!

domingo, 16 de noviembre de 2014

Capítulo 2: Intuición



Los primeros rayos del sol atravesaron la ventana. Una insoportable luz le iluminaba la cara. Se planteó varias veces en levantarse de la cama para correr las cortinas, pero el cansancio le podía. Al poco tiempo reunió la fuerza suficiente como para poder abrir un ojo. Este observaba la ventana. Por la posición y fuerza del sol dedujo que serían las ocho o nueve de la mañana. A duras penas logró incorporarse. Su liso y despeinado cabello castaño cobrizo parecía tener vida propia. Se atusó el pelo con una mano, la otra la incorporó en su pecho, por debajo de la camiseta. Arrastró sus pies hasta el pasillo, donde se encontró con un rostro que, pensó, estaba aún peor que el suyo.
-¿Vas a desayunar?- La voz ronca de Diego delataba que se acababa de levantar. Gabriel asintió con la cabeza.-Bien, vamos al mismo sitio.- añadió a través de un profundo bostezo.
Ambos avanzaron en silencio hasta llegar a la cocina. Amelia, Ariadna, Elisa y Benjamin ya estaban sentados en la mesa, tomando el desayuno. Gabriel pasó al lado de Amelia y la revolvió el pelo en un gesto cariñoso, mientras ella se concentraba en extender mermelada en su tostada.
-Buenos días, bellos durmientes.- dijo Elisa. Su hermano, Diego, la sonrío ampliamente con un trozo de croissant  aún entre los dientes. Después hizo un barrido de la habitación con la mirada. Confuso, frunció el ceño y preguntó
-¿Dónde están los jefes?
-Me ha parecido oírles esta noche andar de acá para allá, pero no los he visto desde ayer- admitió Amelia con un encogimiento de hombros. Miró su reloj y añadió.- se supone que tengo clase de defensa personal en diez minutos con papá.
-Yo también los escuché. Quizá esta noche haya pasado algo- Elisa parecía preocupada, miró a Gabriel, quien siempre parecía tener una respuesta para todo. Él miró a los ojos de todos y se dio cuenta que todos sentían la misma curiosidad. Refunfuñando, se levantó de la silla, dándole el último sorbo a su café y salió de la habitación.
Andaba por el pasillo aún en pijama, dirigiéndose al despacho del Instituto, cuando sintió unos pasos acercándose hacia él. Ariadna llegó a su lado y le sonrió.
-Te acompaño.- le dijo, caminando a su lado también en pijama.
Llegaron a la puerta de la biblioteca y se detuvieron. Desde el pasillo, podía escucharse unas voces que salían del interior. Una era clara y aguda, la voz de Carmen sin duda. La otra, pensó Ariadna, era melodiosa y agradable. Era la voz de un hombre, que sonaba elegante y musical. Gabriel frunció el ceño, claramente, no era la voz de su padre. Llamó rápidamente a la puerta con los nudillos y la abrió de golpe.
-… sabes tan bien como yo que la clave no va a cejar en su empeño de...- Carmen se cortó abruptamente. La sala era muy sencilla, un gran escritorio de madera robusta presidía la habitación, delante de él, dos cómodas sillas de terciopelo rojo, y a los lados, grandes estanterías y armarios que contenían innumerables archivos. Carmen estaba de pie, con sus manos y espalda apoyadas en el escritorio. A un lado de este, su marido, Darío, estaba erguido, con los brazos cruzados. Fue el primero en darse cuenta de la intrusión y los miraba muy serio. Las ojeras en su rostro delataban que había sido una noche muy larga. Delante de ellos se alzaba la figura de un joven. Llevaba unos sueltos vaqueros oscuros y una chaqueta de cuero negra. Su pelo era negro, y aunque era corto, gozaba de una cierta longitud. Gabriel notó como Ariadna se tensaba. La miró de reojo y vio cómo sus mejillas se sonrojaron ligeramente. No le dio tiempo a más, Carmen se dirigió a ellos inmediatamente.
-¡Gabriel! Por el ángel, ¿se puede saber qué estás haciendo?- Gabriel aún sujetaba el picaporte con la mano. Por un momento, Ariadna quiso salir corriendo de la habitación y cerrar la puerta tras ella, como si nada hubiera pasado, pero sabía que ya era tarde. El joven giró sobre sus talones, primero miró con curiosidad a Gabriel, pero su mirada inmediatamente se posó sobre sus ojos. Desde esa distancia, pudo ver cómo esos ojos azules profundos se iban tornando más claros en su interior, a medida que se acercaban al iris. La sonrió de medio lado, bajando su mirada hasta sus cortos pantalones azules estampados con dibujos de nubes blancas. De repente, se sintió infantil llevando ese pijama, e inmediatamente después, se sintió tonta por importarle lo que un desconocido pensase de ella. Se preguntó cuántos años tendría, aparentaba unos veinte años.
-Nosotros…- Gabriel miró de Ariadna al joven misterioso, claramente sintiendo que estaba fuera de algo, ambos se miraban como si ya se conociesen.- es solo que no sabíamos dónde estabais, pensamos que podría haber pasado algo y vinimos a ver si todo estaba bien. ¿Lo está?
-Yo diría que sí- dijo el joven, mirando manifiestamente a los cortos pantalones de Ariadna. Gabriel frunció el ceño, enfadado. Carmen miró a su marido, claramente cansada. Pasó una mano por su rostro, antes de volver la mirada a su hijo.
-Lo cierto es que no. Hace unos días nos llegaron unas pruebas fotográficas de que un hombre lobo de la manada de Madrid había estado montando fiestas en las que  la diversión era encadenar a mundanos en mitad de la sala y morderles la garganta hasta desangrarse.- Ariadna tragó con fuerza, reprimiendo el mal estar que le produjeron sus palabras. El joven seguía mirándola con curiosidad, sonriendo más bien para sí mismo, como ajeno a la conversación.- Encontramos al responsable, y resultó que no era cualquier hombre lobo, era el número dos en la manada. Como es lógico, lo reportamos a la clave y le enviamos a juicio. La clave decidió, por benevolencia, acabar con su vida en vez de encerrarlo hasta el fin de sus días. Esta noche, un sobre anónimo apareció en la puerta del Instituto, con pruebas claras que demuestran su inocencia. Las fotografías habían sido manipuladas. Como comprenderéis, la manada de Madrid no está nada contenta con el asunto. Y aquí es donde entra nuestro invitado.- El joven amplió su sonrisa, guiñando un ojo a Gabriel, que lo miraba ceñudo, con tensión en su cara, su boca formando una dura línea.- Chicos, os presento al jefe del clan de vampiros de Madrid, Enzo Camilleri.-El nombre de Enzo rebotó por la cabeza de Ariadna.
-¿Y qué hace el aquí?- preguntó Ariadna, mirando fijamente a los ojos a Carmen.
-Eso mismo me pregunto yo.- le dedicó una mirada profunda, sugerente, y sintió como si sus ojos pudieran trasmitirla más que cualquiera de sus palabras. Y la sonrió, una sonrisa que haría derretirse a cualquier chica, agradable, seductora. Ariadna notó como su espalda se erizaba.
-Está aquí porque alguien tuvo que enviarnos esas fotografías falsas. No es ningún secreto para nadie el desprecio que hay entre ambos, vampiros y hombres lobo, y sinceramente no se me ocurre ninguna otra persona que tuviera algún motivo para hacerlo. – continuó Darío, desde el fondo de la habitación. Enzo se giró, mirando a los ojos a Darío.
– Entiendo que me citarais, entiendo que los vampiros fuésemos los primeros en su lista. Pero no, no fui ni yo, ni ningún miembro de mi clan. Odio perder el tiempo y hacérselo perder a ustedes. Bueno, quizá me dé un poco igual hacérselo perder a ustedes. Saben, creo que en realidad me gusta hacerles perder su tiempo. Ya saben, aquello de probar su propia medicina y demás. – Enzo apoyó todo su peso en una pierna, mientras gesticulaba con sus manos y fingía una cara de aburrimiento.- tanto protocolo me cansa. ¿A ustedes no? Lo cierto es que no teníamos ningún motivo para acabar con la vida de Fernando Delgado. Mejor  dicho, ningún interés.- se puso repentinamente más erguido, su rostro serio.- y lo que es seguro, es que jamás acabaría con la vida de alguien mediante los néfilim.
-¿Cómo te atreves? ¡Estás en nuestro Instituto, en nuestra casa!- Gabriel lucía realmente enojado, los demás parecían molestos, pero el brillo de los ojos de Gabriel mostraba algo más que eso.- Nos debes un respeto, y a la Clave también, por los acuerdos, y por…- Enzo sonrió, cortando a Gabriel en mitad de la frase.
-Cazadores de sombras, por supuesto. Vosotros y vuestro terrible afán de protagonismo y aires de importancia. Para tu interés, no estoy en el Instituto, no realmente.- Enzo atravesó su mano en el respaldo de la silla de terciopelo. Su mano  la traspasó por completo.- Y  yo no le bebo más a la Clave, los Acuerdos, el Consejo, etc., de lo que ellos me deben a mí. Yo no los trato como delincuentes, ni si quiera cuando asesinan, por accidente, a un hombre lobo inocente.- Carmen contuvo el aliento, con la mirada fija en el suelo.- Si los cazadores de sombras habéis cometido un error, no busquéis culpables entre los “salvajes” e “incivilizados” submundos. Os digo que mi clan no ha tenido nada que ver en esto, y no pienso perder más mi tiempo en justificarme cuando no tengo por qué hacerlo. Si creen mi palabra, me parecerá bien. Si no, me parecerá genial, ya que no se imaginan lo que voy a disfrutar viendo como pierden su tiempo detrás de pruebas que jamás van a encontrar.-movió rápida e involuntariamente sus ojos a Ariadna, quien lo miraba estupefacta, sorprendida, y algo irritada. Le dedicó una mirada a Carmen y Darío.- Si eso ha sido todo.- inclinó su cabeza en señal de despedida, y sin más, desapareció.
Gabriel estaba en su habitación, preparando su ropa de batalla para su siguiente salida. Sus padres le habían pedido que él y Ariadna siguieran a Enzo Camilleri por la ciudad durante unos días, por si escondía algo. Estaba acostumbrado a que le mandaran misiones, algunas más aburridas que otras. El hacer de detective era claramente una de las aburridas, pero no sabía muy bien porqué, esta misión le sacaba de quicio. No quería tener que seguir al vampiro por toda la ciudad. Había algo en él que no podía soportar, algo que le sacaba de sus casillas, aparte de su arrogancia natural. Además, había estado durmiendo todo el día para poder aguantar la noche despierto. Terminó de abrocharse sus botas y se dirigió a la puerta principal, donde había quedado con Ariadna. Ella ya estaba allí de pie, esperándolo pacientemente. Llevaba el pelo recogido en una coleta, cayendo en cascada hasta la mitad de su espalda. 
-¿Ya estás listo?- Gabriel asintió. Ella sacó una bolsa de plástico detrás de ella. –Toma, nos lo ha preparado Amy.- Abrió la bolsa antes de pasársela.- creo que nuestra cena de hoy va a ser unos ricos y muy alimenticios sándwiches de nocilla.
-No esperaba menos.- Gabriel sonrió y abrió la puerta el Instituto, les esperaba un largo y tedioso día.
Se dirigían hasta el centro del clan de vampiros. Ellos residían en la Plaza Mayor, en el edificio conocido como la Casa de la Carnicería. Los mundanos lo daban por abandonado, pero en realidad era el escondite del clan. Ariadna abrió uno de sus sándwiches por el camino. Y volvió a dar las gracias a Dios por el chocolate. Le ofreció un poco a Gabriel, que denegó con un gesto de mano.
-Odio estas misiones.- Gabriel refunfuño, esquivando a los peatones de la calle, los cuales no podían verlos debido al glamour que estaban usando.
-No son muy divertidas, la verdad.- Ariadna le dio otro gran mordisco a su sándwich.  Gabriel la miró con curiosidad.
-¿Conocías a Enzo?- Ariadna se atragantó con el sándwich, tragó con fuerza.
-¿Yo? De nada.
-Oh, vamos Ari, no me mientas.- La miró, algo dolido.- no a mí. Lo reconociste cuando entraste. Y él a ti. Pude notarlo.
-Solo lo había visto una vez antes. En el parque, iba con su clan pero no sabía que él fuera el jefe de los vampiros de Madrid. Únicamente nos cruzamos, él me reconoció como cazadora de sombras y yo a él como vampiro. Punto.- Gabriel la miró, algo incrédulo. Cambió su vista al frente, inspirando.
-¿A ti no irrita? Es irritante. Es más que irritante. Es lo que irrita a los mayores irritantes.- Gabriel tensó sus puños a los lados.- Es arrogante, pretencioso, egocéntrico, insolente, es… dios, es irritante.
-Estoy de acuerdo.- Le sonrió Ariadna, para tranquilizarlo un poco.- Aunque por tu forma de hablar es como si por la noche se dedicase a matar gatitos. De hecho, suenas como si hubiese matado a tu gatito. No te lo tomes de forma personal, Gab, no dejes que te afecte tanto. Es lo que quiere, desquiciarte.
Gabriel frunció el ceño. Ya estaban entrando a la plaza mayor. El alto edificio de ladrillo rojo y piedra blanca acogiéndoles, rodeándolos por los cuatro lados de la plaza. Era pronto aún por lo que todavía había mucha gente de acá para allá, así que decidieron sentarse en una terraza, en una de las mesas vacías, para mezclarse con los mundanos a la vista de los vampiros. Estuvieron allí una hora, hasta las 22:30, cuando la puerta del edificio se abrió. Una joven vampiresa, pelirroja y muy alto salió primero. Seguidamente, un joven castaño, algo más bajito y robusto abandonó el edificio. Y justo detrás, salió Enzo. Su camiseta gris oscura marcaba cada uno de sus músculos. Sus vaqueros, sueltos a la cintura permitían ver una pequeñísima franja de piel cuando estiraba los brazos, en ellos, colgaba su habitual chaqueta de cuero negra. Poco a poco, el clan fue abandonando el edificio. Gabriel y Ariadna decidieron darles unos minutos de margen y se levantaron, saliendo por la misma puerta por la que ellos habían salido. Cuando llegaron a la calle, el grupo se había separado. Unos subían por la Calle Mayor, mientras que otros bajaban. Gabriel le hizo un gesto a Ariadna para que ella siguiera un grupo y el a otro. Después, hizo un gesto con la mano que Ariadna entendió como que el que primero localizase a Enzo enviara un mensaje al otro, antes de seguir el rastro del grupo de vampiros, lejano ya. Ariadna dio media vuelta y bajó la calle, con su grupo temporalmente perdido. Llegó hasta la Puerta del Sol,  una gran plaza abarrotada de gente. Se subió encima de la fuente de la plaza, con cuidado para no llamar la atención de los vampiros, y los vio. Eran 5, aunque ella estaba segura de que había salido más de la plaza. Vio el cabello de Enzo, su inconfundible y elegante contoneo mientras andaba, su camiseta gris, marcando sus duros hombros. Bajó corriendo y tomó la calle por la que se había metido. Corrió hasta llegar a otro cruce de calles, donde tuvo que frenar en seco. Estaban en la misma calle, a unos metros de ella. Empezó a andar en su dirección. Se dio cuenta que ya sólo quedaban tres de ellos, aunque uno seguía siendo Enzo. Una joven morena, muy llamativa, pasó entre medias de los tres, mirando a Enzo a los ojos con sorpresa. Le sonrió pícaramente, mientras pasaba, los otros dos acompañantes de Enzo se giraron, acompañando a la chica morena con la mirada, pero él no. Ariadna se metió detrás de un portal, para que no la vieran. Asomó la cabeza y vio como Enzo y el joven castaño y robusto que había salido del edificio siguieron una dirección, y el otro vampiro que iba con ellos tomó otra. Ariadna dobló la calle que cogió Enzo. La calle era muy, muy estrecha. Ambos se metieron en una taberna de puertas verdes. Ariadna aprovechó el momento para enviarle un mensaje con su dirección a Gabriel. Después, entró en la taberna. El lugar era alargado, con el techo muy bajo. Una gran barra de madera recorría todo el salón. A la derecha, había una mesa de billar. El ambiente estaba lleno de humo. La mayoría de la gente estaba en la barra, un grupo de hombres tatuados y llenos de piercings y dilataciones jugaba al billar. Miró a su izquierda, una puerta aun oscilando. Se acercó con cuidado, trató de agudizar su oído, pero no escuchaba nada. La puerta no estaba cerrada del todo. Se acercó a la pequeña franja de luz entre la puerta y la pared. De repente, la puerta se abrió de golpe, una fuerte mano la apretaba con firmeza el brazo, empujándola hacia delante. La puerta se cerró detrás de ella con un fuerte chasquido. Instintivamente, su mano agarró a la que la sujetaba, mientras con la otra se apoyaba en el hombro de su oponente y giraba sobre él, doblándole el brazo. Su víctima comenzó a gritar de dolor, pero se deshizo de ella rápidamente. Él la miraba con furia. Era el otro vampiro robusto que acompañaba a Enzo.
-Casi me partes el brazo, niña.- refunfuñó entre dientes.
-Tú me has empujado.- Ariadna, lejos de amedrentarse, alzó la cabeza, dando un paso adelante. 
-Bueno, eres tú la que nos sigues desde que hemos salido de la Plaza. – la voz de Enzo sonó detrás suya. Se giró y allí estaba, apoyado en la pared, con los brazos cruzados sobre su pecho.- Por eso te invitamos a entrar.-Ariadna frunció el ceño.- Bueno, quizá nos han fallado las formas.- sonrió y dio un paso adelante. Ariadna no se movió. Aunque era muy consciente de que estaba sola encerrada en una habitación con dos vampiros, que cuanto menos, estaban muy molestos con ella.- Por cierto, al que casi le partes el brazo es Marcos Robles. Mi mano derecha.
-¿Qué queréis? –preguntó Ariadna sin dar rodeos. Enzo la miró a los ojos con más fuerza, ampliando su sonrisa.
-No sé, Marcos, ¿Qué queremos?- escuchó los pasos de Marcos a su espalda, acercándose a ella.
-¿Qué podemos querer? ¿Respeto, quizá? ¿Confianza?- Enzo hizo un gesto de aprobación, dando otro paso hacia ella. Igual que Marcos. Sus manos comenzaban a sudar, pero su mirada se mantenía fija. Su rostro tenso.
-Suena bien. Pero, creo que eso ya lo he pedido esta mañana, y por lo que veo, no ha servido de mucho. ¿Qué sugieres que podemos hacer para hacérselo entender?- sus ojos la observaban como si ella fuera una presa a punto de ser atacada. Dio otro paso adelante, quedando a centímetros de ella, sólo una mano de distancia entre ellos. Sus ojos fijos en los suyos, azules como el mar, más oscuros de lo habitual. Su sonrisa, divertida pero tensa. Pensó en desenvainar su espada, pero no la daría tiempo, los vampiros eran demasiado rápidos.
-La clave no permitirá que me toquéis. Todos saben que estoy aquí, si algo me pasara, tendríais que rendirles cuentas.- se extrañó de lo firme que sonó, a pesar de tener el corazón a mil por hora. Notó el aliento de Marcos en su nuca, riendo.
-Tsk, es una pena oye. Pero, dime Enzo, ¿crees que con los últimos fallos de la clave, se atreverían a acusarnos por el asesinato de una de los suyos, si jamás encontrasen su cuerpo? ¿Cómo podrían culparnos entonces?
-Cierto.-Enzo la miraba desde arriba, la sacaba una cabeza y la miraba entre sus pestañas. Amplió su sonrisa.- Podríamos tirarla al mar.
-O enterrarla…
-O descuartizarla y repartir sus partes por el río.
-Esa me gusta, podríamos descuartizarla y hacer con ella comida para perros.
-¡Basta! Dejad de decir estupideces. No podéis…- La voz de Ariadna se cortó cuando la mano de Enzo apartó el cuello de su cazadora.
-Antes de matarla, podríamos divertirnos un poco con ella.- la miró a los ojos, acercándose poco a poco a su rostro.- ¿Sabes? Dicen que una vez, un vampiro bebió la sangre de un nefilim y se volvió un Daylighter. No siempre ocurre. Pero sí pasó aquella vez. – El aliento de Enzo cosquilleaba en su cuello. Algo dentro de ella se estremeció, pero, ¿era miedo lo que sentía? ¿O era anhelo? No se lo podía creer, ¿cómo podía estar a punto de ser mordida y asesinada por un vampiro, y estar deseando que lo hiciera? Miro el rostro de Enzo de reojo, y por un momento vio en sus ojos la misma expresión de confusión. Se fijó en sus ojos oscuros, aún más oscuros por el deseo. Sus labios rozando su cuello, un suave roce, como el de una pluma. Cerró sus ojos con fuerza, preparándose para lo que venía, la manos de Enzo colocándose detrás de su cuello, otra en su cintura. Sintió un fuerte estremecimiento allí donde sus manos la tocaban. La puerta se abrió de golpe. Y no sabía si era fruto de su imaginación, pero ella juraría que Enzo ya estaba alejándose de ella, segundos antes de que la puerta se abriera. Ariadna vio la sorpresa de la intrusión como una oportunidad para sacar su espada. Enzo y Marcos permanecieron inmóviles mientras Ariadna se colocaba con la espalda a la pared y Gabriel entraba en la habitación, espada en mano.
-Vaya, que oportuno.- dijo Marcos, sonriendo a Gabriel.
-¿Qué está pasando aquí?- Gabriel centró su mirada en Ariadna, visiblemente alterada.- ¿Estás bien?- Ariadna asintió con la cabeza.
-Y llegó el príncipe con su caballo blanco, melena al viento, con un ramo de rosas rojas en la mano, mientras… -Enzo movía dramáticamente sus brazos, y a pesar de su sonrisa, sus ojos delataban que él también estaba alterado, un chispa de deseo apagándose en sus ojos.
-¡Cállate!- Gabriel apuntó a Enzo con su espada.- Me da igual quién seas, me da igual que seas el jefe del clan de Madrid, ¡no me importa! Has infringido las leyes.
-No es el jefe.- Marcos se puso entre la espada de Gabriel y Enzo, repentinamente serio.- Es el Príncipe, nuestro Príncipe.
-La ley se aplica a todos, sin excepciones.
-Vamos, no nos pongamos tensos, ¿de acuerdo?- Enzo se apartó de la sombra de Marcos, mirando a Gabriel.- No iba a hacerla daño, no quiero que la clave me esté molestando. Ella ha entrado en nuestro bar. Este es una de las tabernas que nos pertenece. Sólo nos divertíamos un poco. Pero no te equivoques- Enzo lo miró muy serio, una mirada amenazante.- sois vosotros los que nos estabais siguiendo. No me gusta que desconfíen de mí ni que invadan mi privacidad.- Se giró hacia Ariadna, mirándola a los ojos.- Confío en que te haya quedado claro.
Enzo y Marcos se dirigieron a la puerta, pasando al lado de Gabriel. Gabriel se interpuso en su camino, pero Ariadna lo cogió por el hombro.
-Gabi, déjales ir.- Gabriel la miró confuso.
-Pero, Ari, han roto las leyes, no podemos…
-¡Gabi! Déjalos ir. No fueron ellos.
-¿Cómo lo sabes?- Enzo y Marcos ya habían abandonado la habitación. Ariadna se encogió de hombros.
-Intuición.

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