Los primeros rayos del sol
atravesaron la ventana. Una
insoportable luz le iluminaba la cara. Se planteó varias veces en levantarse de
la cama para correr las cortinas, pero el cansancio le podía. Al poco tiempo
reunió la fuerza suficiente como para poder abrir un ojo. Este observaba la
ventana. Por la posición y fuerza del sol dedujo que serían las ocho o nueve de
la mañana. A duras penas logró incorporarse. Su liso y despeinado cabello
castaño cobrizo parecía tener vida propia. Se atusó el pelo con una mano, la
otra la incorporó en su pecho, por debajo de la camiseta. Arrastró sus pies
hasta el pasillo, donde se encontró con un rostro que, pensó, estaba aún peor
que el suyo.
-¿Vas a desayunar?- La voz ronca de Diego delataba que se acababa de
levantar. Gabriel asintió con la cabeza.-Bien, vamos al mismo sitio.- añadió a
través de un profundo bostezo.
Ambos avanzaron en silencio hasta llegar a la cocina. Amelia, Ariadna,
Elisa y Benjamin ya estaban sentados en la mesa, tomando el desayuno. Gabriel
pasó al lado de Amelia y la revolvió el pelo en un gesto cariñoso, mientras ella
se concentraba en extender mermelada en su tostada.
-Buenos días, bellos durmientes.- dijo Elisa. Su hermano, Diego, la sonrío
ampliamente con un trozo de croissant
aún entre los dientes. Después hizo un barrido de la habitación con la
mirada. Confuso, frunció el ceño y preguntó
-¿Dónde están los jefes?
-Me ha parecido oírles esta noche andar de acá para allá, pero no los he
visto desde ayer- admitió Amelia con un encogimiento de hombros. Miró su reloj
y añadió.- se supone que tengo clase de defensa personal en diez minutos con
papá.
-Yo también los escuché. Quizá esta noche haya pasado algo- Elisa parecía
preocupada, miró a Gabriel, quien siempre parecía tener una respuesta para
todo. Él miró a los ojos de todos y se dio cuenta que todos sentían la misma
curiosidad. Refunfuñando, se levantó de la silla, dándole el último sorbo a su
café y salió de la habitación.
Andaba por el pasillo aún en pijama, dirigiéndose al despacho del
Instituto, cuando sintió unos pasos acercándose hacia él. Ariadna llegó a su
lado y le sonrió.
-Te acompaño.- le dijo, caminando a su lado también en pijama.
Llegaron a la puerta de la biblioteca y se detuvieron. Desde el pasillo,
podía escucharse unas voces que salían del interior. Una era clara y aguda, la
voz de Carmen sin duda. La otra, pensó Ariadna, era melodiosa y agradable. Era
la voz de un hombre, que sonaba elegante y musical. Gabriel frunció el ceño,
claramente, no era la voz de su padre. Llamó rápidamente a la puerta con los
nudillos y la abrió de golpe.
-… sabes tan bien como yo que la clave no va a cejar en su empeño de...-
Carmen se cortó abruptamente. La sala era muy sencilla, un gran escritorio de
madera robusta presidía la habitación, delante de él, dos cómodas sillas de
terciopelo rojo, y a los lados, grandes estanterías y armarios que contenían
innumerables archivos. Carmen estaba de pie, con sus manos y espalda apoyadas
en el escritorio. A un lado de este, su marido, Darío, estaba erguido, con los
brazos cruzados. Fue el primero en darse cuenta de la intrusión y los miraba
muy serio. Las ojeras en su rostro delataban que había sido una noche muy
larga. Delante de ellos se alzaba la figura de un joven. Llevaba unos sueltos vaqueros
oscuros y una chaqueta de cuero negra. Su pelo era negro, y aunque era corto,
gozaba de una cierta longitud. Gabriel notó como Ariadna se tensaba. La miró de
reojo y vio cómo sus mejillas se sonrojaron ligeramente. No le dio tiempo a más,
Carmen se dirigió a ellos inmediatamente.
-¡Gabriel! Por el ángel, ¿se puede saber qué estás haciendo?- Gabriel aún
sujetaba el picaporte con la mano. Por un momento, Ariadna quiso salir
corriendo de la habitación y cerrar la puerta tras ella, como si nada hubiera
pasado, pero sabía que ya era tarde. El joven giró sobre sus talones, primero
miró con curiosidad a Gabriel, pero su mirada inmediatamente se posó sobre sus
ojos. Desde esa distancia, pudo ver cómo esos ojos azules profundos se iban
tornando más claros en su interior, a medida que se acercaban al iris. La
sonrió de medio lado, bajando su mirada hasta sus cortos pantalones azules
estampados con dibujos de nubes blancas. De repente, se sintió infantil
llevando ese pijama, e inmediatamente después, se sintió tonta por importarle
lo que un desconocido pensase de ella. Se preguntó cuántos años tendría,
aparentaba unos veinte años.
-Nosotros…- Gabriel miró de Ariadna al joven misterioso, claramente
sintiendo que estaba fuera de algo, ambos se miraban como si ya se conociesen.-
es solo que no sabíamos dónde estabais, pensamos que podría haber pasado algo y
vinimos a ver si todo estaba bien. ¿Lo está?
-Yo diría que sí- dijo el joven, mirando manifiestamente a los cortos
pantalones de Ariadna. Gabriel frunció el ceño, enfadado. Carmen miró a su
marido, claramente cansada. Pasó una mano por su rostro, antes de volver la
mirada a su hijo.
-Lo cierto es que no. Hace unos días nos llegaron unas pruebas fotográficas
de que un hombre lobo de la manada de Madrid había estado montando fiestas en
las que la diversión era encadenar a
mundanos en mitad de la sala y morderles la garganta hasta desangrarse.-
Ariadna tragó con fuerza, reprimiendo el mal estar que le produjeron sus
palabras. El joven seguía mirándola con curiosidad, sonriendo más bien para sí
mismo, como ajeno a la conversación.- Encontramos al responsable, y resultó que
no era cualquier hombre lobo, era el número dos en la manada. Como es lógico,
lo reportamos a la clave y le enviamos a juicio. La clave decidió, por
benevolencia, acabar con su vida en vez de encerrarlo hasta el fin de sus días.
Esta noche, un sobre anónimo apareció en la puerta del Instituto, con pruebas
claras que demuestran su inocencia. Las fotografías habían sido manipuladas.
Como comprenderéis, la manada de Madrid no está nada contenta con el asunto. Y
aquí es donde entra nuestro invitado.- El joven amplió su sonrisa, guiñando un
ojo a Gabriel, que lo miraba ceñudo, con tensión en su cara, su boca formando
una dura línea.- Chicos, os presento al jefe del clan de vampiros de Madrid,
Enzo Camilleri.-El nombre de Enzo rebotó por la cabeza de Ariadna.
-¿Y qué hace el aquí?- preguntó
Ariadna, mirando fijamente a los ojos a Carmen.
-Eso mismo me pregunto yo.- le
dedicó una mirada profunda, sugerente, y sintió como si sus ojos pudieran
trasmitirla más que cualquiera de sus palabras. Y la sonrió, una sonrisa que
haría derretirse a cualquier chica, agradable, seductora. Ariadna notó como su
espalda se erizaba.
-Está aquí porque alguien tuvo
que enviarnos esas fotografías falsas. No es ningún secreto para nadie el
desprecio que hay entre ambos, vampiros y hombres lobo, y sinceramente no se me
ocurre ninguna otra persona que tuviera algún motivo para hacerlo. – continuó
Darío, desde el fondo de la habitación. Enzo se giró, mirando a los ojos a
Darío.
– Entiendo que me citarais,
entiendo que los vampiros fuésemos los primeros en su lista. Pero no, no fui ni
yo, ni ningún miembro de mi clan. Odio perder el tiempo y hacérselo perder a
ustedes. Bueno, quizá me dé un poco igual hacérselo perder a ustedes. Saben,
creo que en realidad me gusta hacerles perder su tiempo. Ya saben, aquello de
probar su propia medicina y demás. – Enzo apoyó todo su peso en una pierna, mientras
gesticulaba con sus manos y fingía una cara de aburrimiento.- tanto protocolo
me cansa. ¿A ustedes no? Lo cierto es que no teníamos ningún motivo para acabar
con la vida de Fernando Delgado. Mejor
dicho, ningún interés.- se puso repentinamente más erguido, su rostro
serio.- y lo que es seguro, es que jamás acabaría con la vida de alguien
mediante los néfilim.
-¿Cómo te atreves? ¡Estás en
nuestro Instituto, en nuestra casa!- Gabriel lucía realmente enojado, los demás
parecían molestos, pero el brillo de los ojos de Gabriel mostraba algo más que
eso.- Nos debes un respeto, y a la Clave también, por los acuerdos, y por…-
Enzo sonrió, cortando a Gabriel en mitad de la frase.
-Cazadores
de sombras, por supuesto. Vosotros y vuestro terrible afán de protagonismo y
aires de importancia. Para tu interés, no estoy en el Instituto, no realmente.-
Enzo atravesó su mano en el respaldo de la silla de terciopelo. Su mano la traspasó por completo.- Y yo no le bebo más a la Clave, los Acuerdos,
el Consejo, etc., de lo que ellos me deben a mí. Yo no los trato como
delincuentes, ni si quiera cuando asesinan, por accidente, a un hombre lobo
inocente.- Carmen contuvo el aliento, con la mirada fija en el suelo.- Si los
cazadores de sombras habéis cometido un error, no busquéis culpables entre los
“salvajes” e “incivilizados” submundos. Os digo que mi clan no ha tenido nada
que ver en esto, y no pienso perder más mi tiempo en justificarme cuando no
tengo por qué hacerlo. Si creen mi palabra, me parecerá bien. Si no, me parecerá
genial, ya que no se imaginan lo que voy a disfrutar viendo como pierden su
tiempo detrás de pruebas que jamás van a encontrar.-movió rápida e
involuntariamente sus ojos a Ariadna, quien lo miraba estupefacta, sorprendida,
y algo irritada. Le dedicó una mirada a Carmen y Darío.- Si eso ha sido todo.-
inclinó su cabeza en señal de despedida, y sin más, desapareció.
Gabriel estaba en su habitación,
preparando su ropa de batalla para su siguiente salida. Sus padres le habían
pedido que él y Ariadna siguieran a Enzo Camilleri por la ciudad durante unos
días, por si escondía algo. Estaba acostumbrado a que le mandaran misiones,
algunas más aburridas que otras. El hacer de detective era claramente una de
las aburridas, pero no sabía muy bien porqué, esta misión le sacaba de quicio.
No quería tener que seguir al vampiro por toda la ciudad. Había algo en él que
no podía soportar, algo que le sacaba de sus casillas, aparte de su arrogancia
natural. Además, había estado durmiendo todo el día para poder aguantar la noche
despierto. Terminó de abrocharse sus botas y se dirigió a la puerta principal,
donde había quedado con Ariadna. Ella ya estaba allí de pie, esperándolo
pacientemente. Llevaba el pelo recogido en una coleta, cayendo en cascada hasta
la mitad de su espalda.
-¿Ya estás listo?- Gabriel
asintió. Ella sacó una bolsa de plástico detrás de ella. –Toma, nos lo ha
preparado Amy.- Abrió la bolsa antes de pasársela.- creo que nuestra cena de
hoy va a ser unos ricos y muy alimenticios sándwiches de nocilla.
-No esperaba menos.- Gabriel
sonrió y abrió la puerta el Instituto, les esperaba un largo y tedioso día.
Se dirigían hasta el centro del
clan de vampiros. Ellos residían en la Plaza Mayor, en el edificio conocido
como la Casa de la Carnicería. Los mundanos lo daban por abandonado, pero en
realidad era el escondite del clan. Ariadna abrió uno de sus sándwiches por el
camino. Y volvió a dar las gracias a Dios por el chocolate. Le ofreció un poco
a Gabriel, que denegó con un gesto de mano.
-Odio estas misiones.- Gabriel
refunfuño, esquivando a los peatones de la calle, los cuales no podían verlos
debido al glamour que estaban usando.
-No son muy divertidas, la
verdad.- Ariadna le dio otro gran mordisco a su sándwich. Gabriel la miró con curiosidad.
-¿Conocías a Enzo?- Ariadna se
atragantó con el sándwich, tragó con fuerza.
-¿Yo? De nada.
-Oh, vamos Ari, no me mientas.-
La miró, algo dolido.- no a mí. Lo reconociste cuando entraste. Y él a ti. Pude
notarlo.
-Solo lo había visto una vez
antes. En el parque, iba con su clan pero no sabía que él fuera el jefe de los
vampiros de Madrid. Únicamente nos cruzamos, él me reconoció como cazadora de
sombras y yo a él como vampiro. Punto.- Gabriel la miró, algo incrédulo. Cambió
su vista al frente, inspirando.
-¿A ti no irrita? Es irritante.
Es más que irritante. Es lo que irrita a los mayores irritantes.- Gabriel tensó
sus puños a los lados.- Es arrogante, pretencioso, egocéntrico, insolente, es…
dios, es irritante.
-Estoy de acuerdo.- Le sonrió
Ariadna, para tranquilizarlo un poco.- Aunque por tu forma de hablar es como si
por la noche se dedicase a matar gatitos. De hecho, suenas como si hubiese
matado a tu gatito. No te lo tomes de forma personal, Gab, no dejes que te
afecte tanto. Es lo que quiere, desquiciarte.
Gabriel frunció el ceño. Ya
estaban entrando a la plaza mayor. El alto edificio de ladrillo rojo y piedra
blanca acogiéndoles, rodeándolos por los cuatro lados de la plaza. Era pronto
aún por lo que todavía había mucha gente de acá para allá, así que decidieron
sentarse en una terraza, en una de las mesas vacías, para mezclarse con los
mundanos a la vista de los vampiros. Estuvieron allí una hora, hasta las 22:30,
cuando la puerta del edificio se abrió. Una joven vampiresa, pelirroja y muy
alto salió primero. Seguidamente, un joven castaño, algo más bajito y robusto
abandonó el edificio. Y justo detrás, salió Enzo. Su camiseta gris oscura
marcaba cada uno de sus músculos. Sus vaqueros, sueltos a la cintura permitían
ver una pequeñísima franja de piel cuando estiraba los brazos, en ellos,
colgaba su habitual chaqueta de cuero negra. Poco a poco, el clan fue
abandonando el edificio. Gabriel y Ariadna decidieron darles unos minutos de
margen y se levantaron, saliendo por la misma puerta por la que ellos habían
salido. Cuando llegaron a la calle, el grupo se había separado. Unos subían por
la Calle Mayor, mientras que otros bajaban. Gabriel le hizo un gesto a Ariadna
para que ella siguiera un grupo y el a otro. Después, hizo un gesto con la mano
que Ariadna entendió como que el que primero localizase a Enzo enviara un
mensaje al otro, antes de seguir el rastro del grupo de vampiros, lejano ya.
Ariadna dio media vuelta y bajó la calle, con su grupo temporalmente perdido.
Llegó hasta la Puerta del Sol, una gran
plaza abarrotada de gente. Se subió encima de la fuente de la plaza, con
cuidado para no llamar la atención de los vampiros, y los vio. Eran 5, aunque
ella estaba segura de que había salido más de la plaza. Vio el cabello de Enzo,
su inconfundible y elegante contoneo mientras andaba, su camiseta gris,
marcando sus duros hombros. Bajó corriendo y tomó la calle por la que se había
metido. Corrió hasta llegar a otro cruce de calles, donde tuvo que frenar en
seco. Estaban en la misma calle, a unos metros de ella. Empezó a andar en su
dirección. Se dio cuenta que ya sólo quedaban tres de ellos, aunque uno seguía
siendo Enzo. Una joven morena, muy llamativa, pasó entre medias de los tres,
mirando a Enzo a los ojos con sorpresa. Le sonrió pícaramente, mientras pasaba,
los otros dos acompañantes de Enzo se giraron, acompañando a la chica morena
con la mirada, pero él no. Ariadna se metió detrás de un portal, para que no la
vieran. Asomó la cabeza y vio como Enzo y el joven castaño y robusto que había
salido del edificio siguieron una dirección, y el otro vampiro que iba con
ellos tomó otra. Ariadna dobló la calle que cogió Enzo. La calle era muy, muy
estrecha. Ambos se metieron en una taberna de puertas verdes. Ariadna aprovechó
el momento para enviarle un mensaje con su dirección a Gabriel. Después, entró
en la taberna. El lugar era alargado, con el techo muy bajo. Una gran barra de
madera recorría todo el salón. A la derecha, había una mesa de billar. El
ambiente estaba lleno de humo. La mayoría de la gente estaba en la barra, un grupo
de hombres tatuados y llenos de piercings y dilataciones jugaba al billar. Miró
a su izquierda, una puerta aun oscilando. Se acercó con cuidado, trató de
agudizar su oído, pero no escuchaba nada. La puerta no estaba cerrada del todo.
Se acercó a la pequeña franja de luz entre la puerta y la pared. De repente, la
puerta se abrió de golpe, una fuerte mano la apretaba con firmeza el brazo,
empujándola hacia delante. La puerta se cerró detrás de ella con un fuerte
chasquido. Instintivamente, su mano agarró a la que la sujetaba, mientras con
la otra se apoyaba en el hombro de su oponente y giraba sobre él, doblándole el
brazo. Su víctima comenzó a gritar de dolor, pero se deshizo de ella
rápidamente. Él la miraba con furia. Era el otro vampiro robusto que acompañaba
a Enzo.
-Casi me partes el brazo, niña.-
refunfuñó entre dientes.
-Tú me has empujado.- Ariadna,
lejos de amedrentarse, alzó la cabeza, dando un paso adelante.
-Bueno, eres tú la que nos sigues
desde que hemos salido de la Plaza. – la voz de Enzo sonó detrás suya. Se giró
y allí estaba, apoyado en la pared, con los brazos cruzados sobre su pecho.-
Por eso te invitamos a entrar.-Ariadna frunció el ceño.- Bueno, quizá nos han
fallado las formas.- sonrió y dio un paso adelante. Ariadna no se movió. Aunque
era muy consciente de que estaba sola encerrada en una habitación con dos
vampiros, que cuanto menos, estaban muy molestos con ella.- Por cierto, al que
casi le partes el brazo es Marcos Robles. Mi mano derecha.
-¿Qué queréis? –preguntó Ariadna
sin dar rodeos. Enzo la miró a los ojos con más fuerza, ampliando su sonrisa.
-No sé, Marcos, ¿Qué queremos?-
escuchó los pasos de Marcos a su espalda, acercándose a ella.
-¿Qué podemos querer? ¿Respeto,
quizá? ¿Confianza?- Enzo hizo un gesto de aprobación, dando otro paso hacia
ella. Igual que Marcos. Sus manos comenzaban a sudar, pero su mirada se
mantenía fija. Su rostro tenso.
-Suena bien. Pero, creo que eso
ya lo he pedido esta mañana, y por lo que veo, no ha servido de mucho. ¿Qué
sugieres que podemos hacer para hacérselo entender?- sus ojos la observaban
como si ella fuera una presa a punto de ser atacada. Dio otro paso adelante, quedando
a centímetros de ella, sólo una mano de distancia entre ellos. Sus ojos fijos
en los suyos, azules como el mar, más oscuros de lo habitual. Su sonrisa,
divertida pero tensa. Pensó en desenvainar su espada, pero no la daría tiempo,
los vampiros eran demasiado rápidos.
-La clave no permitirá que me
toquéis. Todos saben que estoy aquí, si algo me pasara, tendríais que rendirles
cuentas.- se extrañó de lo firme que sonó, a pesar de tener el corazón a mil
por hora. Notó el aliento de Marcos en su nuca, riendo.
-Tsk, es una pena oye. Pero, dime
Enzo, ¿crees que con los últimos fallos de la clave, se atreverían a acusarnos
por el asesinato de una de los suyos, si jamás encontrasen su cuerpo? ¿Cómo
podrían culparnos entonces?
-Cierto.-Enzo la miraba desde arriba,
la sacaba una cabeza y la miraba entre sus pestañas. Amplió su sonrisa.-
Podríamos tirarla al mar.
-O enterrarla…
-O descuartizarla y repartir sus
partes por el río.
-Esa me gusta, podríamos
descuartizarla y hacer con ella comida para perros.
-¡Basta! Dejad de decir
estupideces. No podéis…- La voz de Ariadna se cortó cuando la mano de Enzo
apartó el cuello de su cazadora.
-Antes de matarla, podríamos
divertirnos un poco con ella.- la miró a los ojos, acercándose poco a poco a su
rostro.- ¿Sabes? Dicen que una vez, un vampiro bebió la sangre de un nefilim y
se volvió un Daylighter. No siempre ocurre. Pero sí pasó aquella vez. – El aliento
de Enzo cosquilleaba en su cuello. Algo dentro de ella se estremeció, pero,
¿era miedo lo que sentía? ¿O era anhelo? No se lo podía creer, ¿cómo podía
estar a punto de ser mordida y asesinada por un vampiro, y estar deseando que
lo hiciera? Miro el rostro de Enzo de reojo, y por un momento vio en sus ojos
la misma expresión de confusión. Se fijó en sus ojos oscuros, aún más oscuros
por el deseo. Sus labios rozando su cuello, un suave roce, como el de una
pluma. Cerró sus ojos con fuerza, preparándose para lo que venía, la manos de
Enzo colocándose detrás de su cuello, otra en su cintura. Sintió un fuerte
estremecimiento allí donde sus manos la tocaban. La puerta se abrió de golpe. Y
no sabía si era fruto de su imaginación, pero ella juraría que Enzo ya estaba
alejándose de ella, segundos antes de que la puerta se abriera. Ariadna vio la
sorpresa de la intrusión como una oportunidad para sacar su espada. Enzo y
Marcos permanecieron inmóviles mientras Ariadna se colocaba con la espalda a la
pared y Gabriel entraba en la habitación, espada en mano.
-Vaya, que oportuno.- dijo
Marcos, sonriendo a Gabriel.
-¿Qué está pasando aquí?- Gabriel
centró su mirada en Ariadna, visiblemente alterada.- ¿Estás bien?- Ariadna
asintió con la cabeza.
-Y llegó el príncipe con su
caballo blanco, melena al viento, con un ramo de rosas rojas en la mano,
mientras… -Enzo movía dramáticamente sus brazos, y a pesar de su sonrisa, sus
ojos delataban que él también estaba alterado, un chispa de deseo apagándose en
sus ojos.
-¡Cállate!- Gabriel apuntó a Enzo
con su espada.- Me da igual quién seas, me da igual que seas el jefe del clan
de Madrid, ¡no me importa! Has infringido las leyes.
-No es el jefe.- Marcos se puso
entre la espada de Gabriel y Enzo, repentinamente serio.- Es el Príncipe,
nuestro Príncipe.
-La ley se aplica a todos, sin
excepciones.
-Vamos, no nos pongamos tensos,
¿de acuerdo?- Enzo se apartó de la sombra de Marcos, mirando a Gabriel.- No iba
a hacerla daño, no quiero que la clave me esté molestando. Ella ha entrado en
nuestro bar. Este es una de las tabernas que nos pertenece. Sólo nos
divertíamos un poco. Pero no te equivoques- Enzo lo miró muy serio, una mirada
amenazante.- sois vosotros los que nos estabais siguiendo. No me gusta que
desconfíen de mí ni que invadan mi privacidad.- Se giró hacia Ariadna,
mirándola a los ojos.- Confío en que te haya quedado claro.
Enzo y Marcos se dirigieron a la
puerta, pasando al lado de Gabriel. Gabriel se interpuso en su camino, pero
Ariadna lo cogió por el hombro.
-Gabi, déjales ir.- Gabriel la
miró confuso.
-Pero, Ari, han roto las leyes,
no podemos…
-¡Gabi! Déjalos ir. No fueron
ellos.
-¿Cómo lo sabes?- Enzo y Marcos
ya habían abandonado la habitación. Ariadna se encogió de hombros.
-Intuición.